Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Divergencias temporales

Publicamos el relato «Divergencias temporales» de Pedro Pablo Picazo.

Por Pedro Pablo Picazo

El alto rango de seguridad alcanzado, y la trascendencia de la misión que iba a acometer en unas horas, le permitieron al Coronel Rhames cumplir uno de sus sueños. Para ello le condujeron con los ojos tapados hasta un lugar indeterminado.  Una vez allí, le retiraron la venda que le cegaba y le llevaron por un largo pasillo sin ventanas, en una instalación que parecía encontrarse bajo tierra, hasta una cámara frigorífica. Lo tenían sobre una camilla, cubierto con una sábana. Le preguntaron si estaba preparado, el Coronel asintió, y descubrieron el cuerpo que se ocultaba bajo la tela. Ante él apareció un cadáver alargado, de dimensiones imposibles, extensas  piernas, brazos y manos, con dedos que parecían ramas. Su cabeza era picuda, con los rasgos también alargados y unos ojos grandes. Sin duda aquel aspecto se debía a haber crecido en un planeta con diferentes condiciones gravitatorias. Estaba desnudo, su sexo era indudablemente masculino, y, en su pecho, destacaban las cicatrices de una disección.

– Le hicieron la autopsia en vivo – añadió uno de los cuidadores del cadáver. – Los altos mandos de entonces temían lo que podía hacer y lo autorizaron sin dudar. No podían comunicarse con él. Hablaba en un idioma extraño. Dicen que parecía querer avisar de algo, advertirnos, pero no le dieron oportunidad. Al menos su sacrificio no fue en balde. Para las dos potencias de la época fue trascendental saber la existencia de seres con una tecnología superior. Vivieron durante años temiendo su llegada y eso evitó una guerra atómica. No hay nada como tener un enemigo común. 

En el viaje de vuelta el Coronel estuvo largo tiempo pensando en aquel cuerpo inerte. Se preguntó cuál habría la misión por la que llegó a la Tierra y el motivo de que, en más de cien años después de su llegada, no se hubiera vuelto a recibir la visita de un ser de su raza. Le hubiera gustado preguntarle si el haber impedido una guerra nuclear compensaba su sacrificio. No podía evitar sentirse identificado. Estaba a punto de emprender una misión que podía exigir medidas similares. 

Al llegar a la base militar que había sido hogar en los últimos años pidió que lo dejaran en el hangar en el que aguardaba su futuro compañero de viaje.  Su aspecto era el de una nave esférica perfecta de color plateado que resplandecía a la luz de los focos. Con ella no iba a desplazarse por el espacio, como el maltrecho viajero que había contemplado, si no que iba a cruzar las épocas. El Coronel Rhames estaba destinado a convertirse en el primer viajero temporal de la historia. Su misión era muy concreta. Viajaría hasta el Berlín de 1933, donde asesinaría a Adolf Hitler durante un mitin del Partido Nazi previo a las elecciones que le condujo al poder. Así esperaba evitar la Segunda Guerra Mundial y las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Después, si todo iba bien, regresaría en lo que esperaban que sería una realidad temporal alterna. Iba a crear una divergencia temporal. El Coronel sabía que en sus manos se hallaba la posibilidad de salvar a millones de vidas. Estaba más que preparado, sin embargo, aquella noche fue incapaz de dormir. 


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Al día siguiente se inició el viaje tal como estaba programado.  La nave comenzó a girar a una velocidad tan extrema que le permitiría salir de la línea temporal y, una vez allí, la decelerarían hasta alcanzar la época que deseaban. El piloto sabía que el principio sería desconcertante ya que el movimiento giratorio le marearía. Aunque lo había ensayado millones de veces, nunca imaginó que la sensación sería tan desagradable alcanzado el momento en el que el tiempo se deformaba a su alrededor. Su mente titubeó y ante él comenzaron a aparecer imágenes de diferentes etapas de su vida, de bebé, de niño, de joven en la academia militar… no sabía si es que visitaba aquellas épocas al retroceder en el tiempo o es que su vida se aparecía ante él como le sucedía a todos aquellos que están próximos a morir. De repente apareció, por sorpresa, la nave del alienígena que había visto el día anterior. Estaba vivo, suplicante, angustiado, como queriendo decirle algo. Recordó lo que le contó su cuidador. ¿Y si la advertencia que traía consigo no era la de la guerra atómica? ¿Y si tenía que ver con su viaje? ¿Y si había viajado para impedírselo y estaba allí, a su lado? El Coronel sintió vértigo y miedo de lo que estaba haciendo. Pánico ante el resultado de su misión, así que decidió detener el viaje, pero estaba tan mareado que no podía alcanzar el botón para abortar la misión. Al fin lo consiguió y sólo pudo sentir un fuerte impacto antes de desmayarse. 

Cuando despertó se hallaba entre los restos de un accidente. Se había estrellado en un bosque, pero desconocía dónde ni, sobre todo, cuándo. No había rastro del alienígena. Se alejó de la nave todo lo que pudo y se desmayó sobre la tierra. Cuando abrió los ojos estaba en una camilla, lo llevaban a un hospital, le rodeaban numerosas personas pero no veía bien, otra de las consecuencias del viaje. Si pudo distinguir que había personas de uniforme. Se tranquilizó. Sintió que estaba en casa.

Abrió de nuevo los ojos bajo un gran foco. Se hallaba en un quirófano. Debía tener importantes heridas para estar allí. Temió haber quedado mutilado y alzó los brazos. No los había perdido pero no estaban como antes: sus miembros eran largos y finos, como ramas. Un escalofrío le recorrió. La deformación del espacio y el tiempo que había sufrido en la nave le había afectado a su cuerpo. Y aquellas manos no era la primera vez que las contemplaba, sólo que ahora eran propias. Intentó hablar, avisar a los militares, pero su lengua deformada no le permitía articular las palabras que deseaba. Cuando sintió el bisturí atravesando su pecho pudo saber al fin la respuesta a la pregunta de si el sacrificio de aquel viajero había merecido la pena. Hubiera preferido no saberla jamás. 

Foto: Imagen de Mystic Art Design en Pixabay

Pedro Pablo Picazo

Sevilla (1974). Es guionista, escritor y dramaturgo. Diplomado en Guión por la ECAM ha escrito diversas series y programas para la televisión, así como ha participado en diversos importantes talleres de desarrollo de largometrajes y series como los de Fundación SGAE o Dama Ayuda. Como dramaturgo es autor de más de veinte piezas de teatro breve, representadas en Madrid, México y Los Ángeles, por las que ha recibido distintos galardones como el segundo premio en Teatronika por la obra de ciencia ficción “Paraísos artificiales”, convocado por Radio 3 y la Universitat Pompeu Fabra. En 2018 se estrenó en el Teatro Lara su primera obra de larga duración: “Extafadas”, prorrogada en 2019. En julio de ese mismo años se estrenó su segundo texto: “Así se escribió tu vida”. Tiene publicadas cuatro novelas, una de ellas de ciencia ficción distópica, “Este sueño está patrocinado” además de varios relatos que han participado en diversas antologías, como es el caso de “El edificio del mañana”, con el que fue finalista del prestigioso premio Domingo Santos de ciencia ficción. 

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www.pedropablopicazo.com