Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Cyclon-2

Carlos Federici nos trae su cuento “Cyclon-2”

Por Carlos Federici


Y los ecos de las palabras finales del General se expandieron, monstruosos, hinchados y deformes, hasta alcanzar las curvadas paredes del Universo.

Y su sonido (no las palabras en sí, ni tampoco el metal de la voz, sino más bien los solapados símbolos y las implicancias horrendas que contenía el tono) retornó aún más distorsionado, tras el choque contra los lindes, y Luis quiso gritar…

Pero no pudo. Sus manos ascendían hacia su cabeza, en un frustrado intento de contener el tropel alucinado de imágenes que aquella conmoción provocara…

…Los minutos previos al despegue: su propio reflejo sobre el metal bruñido (un manojo de agarrotados tendones, contenidos por la fibra extensible del astrotraje, bailoteo de pupilas ansiosas tras las gafas antiglare); las diversas expresiones en su torno: expectación, prepotente arrogancia, ciega determinación… y aquella angustia irremisible en el fondo de los ojos verdemar de Laura…

…Laura, semanas antes:

—Pero, ¿por qué tú, Luis?… ¿Tan poco te importamos Martincito y yo? ¡Ah, qué fiebre será esa, que te hace marchar una y otra vez al sacrificio en aras del Santo Ejército Federal!

(Debió de estar muy trastornada para haber hablado así, se dijo Luis. Por lo general lo aceptaba todo sin protestas…)

…E1 Coronel, exultante:

—¡Y llegó nuestra hora suprema, caballeros! ¡Por fin Latinoamérica saltará a la cabeza! Velocidades ultralumínicas…, o incluso más allá, por qué no. ¡Ahora que nos echen un galgo los del Norte!…

…Titulares de prensa:

¡¡SE ABRE LA ERA ESTELAR!!

Proyecto Espacial Sin Precedentes de las Fuerzas Armadas Surfederenses

Desmiente Eterno Mito

de Superioridad Anglosajona


“¡LAS ESTRELLAS ESTÁN A LA VUELTA DE LA ESQUINA!”, afirman nuestros científicos.

CYCLON-2: UNA ANTICIPACIÓN DEL MAÑANA,

¡¡HOY!!

Balagua, 23 (WP). Nueva astronave de revolucionario diseño, propulsada mediante el sistema Cyclon-2, lanzó hoy hacia Alpha Centauri el Ejército Federal de Nibalagua, pequeño país miembro de la Surfederación Latinoamericana. El piloto, seleccionado entre más de 2600 aspirantes, es un Teniente Ingeniero de 26 años, casado y padre de una criatura de tres años. “Estoy ansioso por comenzar”, manifestó, minutos antes del despegue, lleno de visible entusiasmo ante la magna empresa que estaba a punto de acometer. Sin lugar a dudas, este 23 de julio de 2110 quedará grabado a fuego en los anales de la gran Historia del subcontinente […]

…El doctor Grauer:

—…sin duda pasmoso rendimiento, muy por encima de lo conseguido hasta la fecha por los Estados Democráticos Norte Americanos, EDNA, con sus célebres pilas impulsoras Torr-33, Torr-45 y Torr/Kamoto-105, de reciente fabricación este último modelo… Nuestro proceso Cyclon-2 ha demostrado ampliamente que su maravillosa eficacia no implicó en modo alguno erogaciones exorbitantes.

”A partir de principios enteramente divorciados de los métodos tradicionales de propulsión —el Cyclon-2 emplea energohaces de cosmomagnetismo radial dirigido—, resultará factible, de hoy en más, alcanzar velocidades tenidas por quiméricas desde el punto de vista del “establishment” científico; y ello, además, liberado de los inconvenientes comunes de contaminación ambiental y temperaturas elevadas que caracterizan al sistema “rocket”; y, por sobre todo, recalco, demandando únicamente una fracción de su costo…

…¡Ya sabes que todo eso es chino para mí! —Laura estrujaba a Martincito, al filo del sollozo—. ¡Lo que me serviría es tu promesa de que vas a volver entero! ¡Y eso no me lo puedes asegurar! ¿Verdad?…

…Un toque a los controles, el zumbido in crescendo, el chirrido exasperante, enloquecedor, y después…

(¿Será posible describirlo? ¿Cómo rotular lo inimaginable?)

…Las notas altas eran rojo brillante, los sabores gemían o ululaban; la pintura de las paredes, en derredor; el espacio cósmico, envolviéndole por fuera —las ardientes estrellas convertidas en acres y retorcidas fajas fosforescentes—…, olían cada cual con su aroma específico, derramando multiformes y explosivas emanaciones.

Una fracción de segundo paradójica, que abarcó de una a otra punta de la Eternidad; una subida tan hacia abajo, que su materia, diluida en volutas intangibles, se entretejió con la cerrada urdimbre del Universo…

…El profesor Silveira:

—Entraña, sí, cierto margen de riesgo, desde luego. No puede desconocerse la posibilidad de que se presenten efectos… peculiares ante determinados trastornos del Enrejado Dimensional… ¡Pero ni el científico ha de temer lanzar una mirada por encima de las cabezas del vulgo, ni tampoco el soldado, lo sé, aventurarse en terra ignota! ¡Esta es una proeza que nos inscribirá en la Historia, coronel! ¡Con letras de oro y de fuego!…

…Y los salvajes rasgos de Serrano, eternamente evocados al fulgor movedizo de las llamas; y su clamor de muerte:

—¡Hay que exterminarlos a todos!

Despertó de repente, sin que le fuera posible determinar si el grito había quedado inmerso en su ciénaga onírica, donde ningún oído ajeno pudiera recogerlo… Se incorporó sobre un codo, mientras los morbosos matices de la pesadilla se desleían en la noche.

Nada parecía moverse en el campamento… Suspiró.

Con el dorso de la mano quiso enjugarse la transpiración del rostro, y el untuoso contacto le provocó un escalofrío. Trocitos de fogata se adherían al brillo grasiento de la tez; dos diminutos facsímiles de llamas, ondulantes y rojos, habían brincado para instalarse en lo más hondo de sus pupilas.

Girando la cabeza, comprobó que todo el mundo dormía; excepto, quizás, los guardias, juramentados a velar en sus puestos hasta el alba. De todos modos, no conseguía distinguir bien a ninguno de los atalayas, desde el sitio en que él se encontraba.

La selva tropical los enfundaba con su cacofonía nocturna. Oyó la fuerte respiración de Rija, sumida en profundo sueño, junto a él. Tenía una pierna pasada por encima de él, y el peso del muslo caliente aplastaba la pelvis del hombre… Este se sentía como mariposa clavada a una tabla.

Se volvió a mirarla. El magro pecho de ella subía y bajaba… Aquellos morenos pezones se le antojaron, de pronto, un par de minúsculos obeliscos de desprejuicio. Desvió la vista. Dios, ¡cómo había llegado a odiar cuanto representaban!

—¡Por mí, puedes seguir durmiendo hasta el invierno!… —masculló.

Se dejó caer de espaldas otra vez. En los primeros tiempos le había costado lo suyo habituarse al contacto directo con la tierra; pero finalmente llegó a superar su instintivo temor de citadino a los insectos predadores o a las hierbas urticantes.

—Mis mejores amigos son piojos, hoy día —ironizó, entre dientes.

…Fue un cataclismo. Un verdadero tornado, que arrasó sin piedad con el Orden Establecido en su cronología… Retrocedió a su infancia, casi en acción refleja, y allí encontró un punto de apoyo. Había leído los clásicos: Verne, Wells, el Buen Doctor Asimov e incluso Ray Bradbury… La línea divisoria se tornó imprecisa: logró aceptar la irrupción de lo insólito en su sacudida cotidianeidad.

Una vez que estuvo bien claro que en realidad nunca había dejado la Tierra; que el proceso Cyclon-2 no lo transportó, cual fuera lo esperado, a través de los golfos siderales, sino, en cambio, a horcajadas del Tiempo, entonces le resultó factible erigir una estructura básica a partir de la cual podría programar sus futuras acciones.

Soy Luis Lombrossi, Teniente de Ingenieros del Ejército Federal de Nibalagua. Con breve antelación a esta hora, partí en la nueva astronave militar monoplaza, que desde luego piloteaba, rumbo a Alfa del Centauro. Yo tenía veintiséis años, una esposa de cabello azul —adorable aunque poco comprensiva—, un nene rubio ceniza y una promisoria carrera militar.

Nunca llegué a A. C. Ni duda cabe que esto es de nuevo la Tierra. Mi nave (tras un paréntesis de delirante insanía), se ha convertido en un puñado de restos retorcidos; pero yo, ¡vaya uno a saber por qué milagro!, sobreviví al desastre…

Sigo siendo Luis Lombrossi, y supongo que siempre cuento los mismos veintiséis años de edad. Pero esta Tierra que ahora piso no es la que dejé. Ella sí que ha envejecido…, posiblemente alrededor de cincuenta, o tal vez sesenta años…

No se trató, por supuesto, de una labor enteramente deductiva. Su mentalidad no trabajaba así. Es más, detestaba profundamente los imprevistos. Todo aquello que rehusara encajar como debía en su nicho predispuesto acababa por sacarlo de quicio… Por eso, suponía, era que se había sentido siempre tan a sus anchas en las filas. Órdenes precisas, impartidas desde los niveles jerárquicos apropiados: con esto se manejaba bien… Cuando menos hasta que el malhadado proceso Cyclon-2 desbarató las reglas.

No había necesitado intuir cosa alguna, tampoco. Fue el propio medio el que se le impuso, acometiéndole con tal violencia desde todos los rincones a un tiempo, que ni siquiera dispuso de un precioso instante para aprestar sus defensas.

Algo como un retorno del pasado, llegó a decirse. Como redivivas eras de romántica delincuencia (Morgan, Teach y el Capitán Kidd), ¡ya entrado el tercer milenio! Barbas y melenas al viento, armas hasta los dientes, arcaica indumentaria color aceituna y fulgores indómitos en las pupilas de pedernal. Helechos y raíces en vez de olas espumosas; fuertes lianas a manera de jarcias de abordaje…

—¡Quieto ahí, espía!

—¡Si mueves una pestaña te…!

—¡Sujétenlo!

(Había una autoridad incuestionable en la nota final.)

Serrano era una leyenda viviente.

Media nación había temblado, por dos décadas, al oírlo aclamar por la otra mitad. No en tiempos de Lombrossi, por supuesto; para él, Serrano surgía tan de súbito como una erupción volcánica. Pero el condicionamiento castrense de Luis acudió en su socorro.

En forma automática atinó a permanecer callado, aparentando indiferencia, por anómalo que le resultara cuanto viera u oyera. Se las compuso, asimismo, para ocultar de ellos la comprometedora placa de identificación…, con aquella increíble fecha de nacimiento y el peligroso patronímico grabados en su bruñida superficie.

Poco a poco logró convencerlos de un cuento improvisado con infinita argucia. Incluía deserción, vagos resentimientos reprimidos y una simpatía hacia los “Libertadores” de Serrano latente desde mucho tiempo atrás… Consiguió diluir su hostilidad en recelo; poco después se le aceptó como uno más del grupo.

El estado mental de Luis Lombrossi, entre tanto, resultaba paradójico: al filo del colapso, mantenía, a pesar de todo (envuelto en gasas de estupor) un rescoldo planificante, perennemente alerta.

¡Dios Santo!, se decía, mientras las fogatas del campamento rebelde agredían con sañudo ardor sus ojos claros. ¡Sesenta y cinco años!… ¿En qué habrá parado todo lo que conocí? Mi casa, Laura, Martín, mi… ¡Oh, Dios, Dios!

Tendido sobre el pasto, frente a él, Serrano —una magnífica bestia de renegrida melena y rudas facciones de salvaje, la “X” de las cananas en doble bandolera clausurando en su pecho los resabios finales de humana lenidad—, representaba su única fuente de información. Pero no debía olvidar jamás la cautela: sonsacarle sin afán visible, leer entre líneas sin que él lo notara…

—Uno hace cuentas —comentaba Serrano, con feroz destello en la mirada—, ¡y ya van para treinta años de lo mismo!… ¡Tres décadas, chico! ¡Tres décadas de servirles de limones con piernas al General Lombrossi y al gobierno títere de Acevedo! Cualquiera pensaría que ya nos les queda gota por exprimirnos, chico…, ¡pero te juro que siempre encuentran un poco más de jugo que sacarnos!

Todo aquel rencor… Luis enterró su creciente temblor bajo el peso de una resolución inquebrantable: si lograba continuar resistiendo hasta que se esfumara todo atisbo de desconfianza, por enajenante que le resultara…

—El Pueblo jamás se rendirá —barbotó la ronca voz de Serrano, desde la penumbra—. ¡Pero no habrá posibilidad de ningún Mundo Nuevo hasta que exterminemos al último de esos cerdos uniformados!

Luis reculó entre las sombras, temeroso de que la indiscreción de las fogatas revelase su recóndita e irreprimible repulsión.

“¡Locos!”, pensaba, con la sangre hecha hielo en las arterias. “¡Son psicópatas todos, y el líder, el peor!… Hay que andarse con tiento.”

Planificar. Planificar indefectiblemente: Lección número 1, Primer Capítulo, del Manual del Oficial Moderno. Apegarse al libro era la clave. Siempre había funcionado en las maniobras, y ahora lo sacaría con bien.

Disimuló escrúpulos y se tragó aullidos e imprecaciones. Se autoanestesió contra el horror de masacres, brutales sometimientos de campesinos recalcitrantes y orgías desenfrenadas tras ocasionales victorias.

Con sobrehumano esfuerzo se mostró impasible cuando le tocó presenciar la ejecución de docena y media de soldados y cinco oficiales capturados al Ejército regular: de rodillas, vueltas de alambre hendiéndoles las muñecas por detrás de la espalda, un balazo dumdum en el occipital. (Sin necesidad del tiro de gracia, porque, ¿qué gracia habría en disparar sobre el fragmento de nada que dejó el primer impacto devastador?)

Así debía ser. Por lo mismo, aparte de volver sus convicciones más arraigadas de cara a la pared, replegó en mil dobleces el venerado recuerdo de Laura y de Martincito y se obligó a aceptar, hasta las últimas consecuencias, los avances de aquella inmujer, Rija, hedionda a pólvora, sudor rancio y trasnochado marxismo.

Por otro lado, aunque sin hacerse notar demasiado frente a los demás, siguió cuidando ciertos aspectos de su aseo personal. Pisaba una faja de hielo quebradizo, en equilibrio entre designios miméticos y escatológicos: su afán de camuflarse dentro de la horda no debía hacerle perder de vista la feliz consecución de las etapas finales de su plan de evasión…

…Todo seguía en calma. Algún animalejo, insecto, o cosa así, se hacía oír por las inmediaciones; pero nada más que eso. No había luna, y Luis juzgó empresa realizable eludir el salpicado resplandor de las hogueras.

Ahora o nunca, decidió.

En diferentes circunstancias, habría cabido en lo probable que hubiese llegado a vacilar; pero la actual coyuntura no le dejaba alternativa.

Le admiró el despego con que finalmente se vio ejecutando lo necesario: sin duda esa situación límite prescribía el anestésico moral. La mujer se debatió con determinación, pero él se las compuso para sofocar sus gritos sin el menor rumor. Todo terminó en pocos segundos.

Evitó volver a mirarla (algo en la forma de esa nariz le había disgustado desde el principio: parecía personificar entera a Rija) y empezó a arrastrarse…, lento y silencioso como un caracol consecuente.

Sabía bien qué dirección tomar. Con sólo que consiguiera sortear la vigilancia… (En un tiempo hubo termodetectores y alarmas, según supo Luis; pero la mitad se les había descompuesto, y el resto fue cambiado por droga o armas.) Siempre se había distinguido como “commando”; por lo demás, y gracias a su elaborada simulación, ya ninguno de ellos lo custodiaba en forma personal.

Ahora veamos, se dijo. Siete quilómetros al este, siguiendo el curso del río. Cruzar el vado, trescientos cincuenta metros hacia el sur y ¡quiéralo Dios!…, las líneas del Ejército regular.

Era la vuelta a la cordura, al orden y a la lógica: tenía que hacerse y Luis lo hizo. No pudo recordar nunca de qué medios se había valido, pero evitó que el cabo de guardia lo acribillara, por vía de prevención… Después, entre empellones, apuntó a la segunda fase de su plan: interviú con el General. (Si sus conclusiones, basadas en lo que dijeran Serrano y sus compinches, habían sido acertadas, entonces…)

—¡El General! —demandó, ignorando los sacudones que le propinaba un adusto suboficial—. ¡Es urgente que hable con el General Lombrossi!

—¿Por qué?¿Quién es usted?

—¡Cuestión de vida o muerte! —persistió—. ¡Acabo de escapármele a Serrano!

—Yo soy el General Lombrossi —y la alta figura, de espaldas a Luis y sus custodios, en el centro de la tienda de plástico, se volvió a enfrentarlo—. ¿Qué es lo que tiene que decirme?

Luis no pudo detener el choque de sus párpados. En la cálida semioscuridad interior, una menuda imagen de tez sonrosada y rizos amarillos se agitó traviesamente.

—Había una vez un conejito astronauta… —dijo Luis, con suavidad, al tiempo que abría los ojos para ver al General: patillas aceradas, una venilla azul de pulsante bombeo sobre la sien izquierda, recia quijada de autoridad vigente; unos sesenta y ocho, calculó. Lo justo.

—¿Qué dice usted? —inquirió fríamente el militar.

—…que se llamaba Luis, igual que papi —prosiguió Luis—. Y un buen día subió a una astronave y partió lejos, leeejos…, porque quería llegar hasta las estrellas más lejanas…

Se tambaleó. Los soldados que lo flanqueaban se apresuraron a sostenerlo por los brazos; él, con ojos otra vez entornados, pugnaba por reconstruir, en base a relampagueantes intuiciones, las etapas de un proceso vital que nunca le fuera dado presenciar.

Martincito escolar, Martín adolescente, suboficial, coronel…

Sonrió fatigosamente. Más repuesto, avanzó hacia el cejijunto General.

—¿Cómo te va, Martincito? —le musitó—. ¿Cómo has estado, hijo?

Las duras manos del viejo hicieron presa en aquel sujeto andrajoso, sucio de barro, maloliente, descalzo…, aunque paradójicamente lo bastante bien afeitado como para que no se velasen sus facciones. Los rostros casi se juntaron por las narices. Entonces, una vieja visión joven rebotó desde la médula del pasado.

—El conejito aquél —observó Luis—, nunca llegó a las estrellas…

—¿Qué… es lo que…? —el General palideció intensamente—. Usted… Usted no…

—Soy yo, sí, Martín. ¡Tu papá está de vuelta!

—¡Mi padre desapareció hace más de medio siglo, en misión espacial! ¡Fue un héroe, y no permito que se profane su…!

Luis rió por lo bajo. Los soldados miraban con ojos desorbitados, oían sin comprender.

—¡Solo faltaría que me hubiesen levantado un monumento!… ¡Ay, Martincito! ¿Por qué será que solo después de muerto se puede ser héroe? ¡Fíjate en mi placa! ¡Me las arreglé para conservarla! ¿O quieres cotejar mis huellas digitales con las del archivo? ¿Te servirá el registro de mi voz? ¿O mi ADN?

—No… lo entiendo. Aquel viaje… El Cyclon-2…

Luis hizo una seña con la cabeza. Interpretando sus deseos, el General espetó un gesto imperioso hacia los perplejos soldados. Ya solos, hubo un crucial intercambio de miradas, y los rasgos del viejo militar se relajaron.

—Viajé a través del Tiempo —explicó Luis, con la mayor sencillez—, y no por el espacio… Supongo que pudo haberse producido lo que los teóricos denominaban “interposición dimensional”… Y ahora… ¡ahora me encuentro con un hijo que parece mi abuelo! ¡General Lombrossi! —No pudo evitar que le temblara la voz—. Estoy muy orgulloso de ti, Martín. ¡Has llegado muy alto, hijo mío!

El anciano le tomó las manos.

—Una larga odisea, la tuya —dijo, con una dulzura desconocida en él.

—Pero al fin —repuso Luis—, siento que volví a casa.

Ahora fue el galoneado quien vaciló sobre sus botas, de ordinario los pilares más firmes sobre los que se sustentaban las Fuerzas Armadas Federadas. Luis, descubridor asombrado de ternuras nuevas, lo ayudó a sentarse frente al escritorio de campaña.

Bajo la límpida luz azulosa de los Photopacks, en medio de la pulcritud y el orden que caracterizaban a la milicia, Luis se sintió a cubierto de la jungla. Una onda de bienestar indescriptible le recorrió las entrañas. ¡Adiós, infierno!… Henos de vuelta en la civilización.

—¿Cómo lograste llegar hasta mí? —quiso saber el General.

—Serrano te mencionaba constantemente…, y de la peor manera. ¡Para ese maniático eres una mezcla de Satanás con Moloch!

—¡Salvajes!… ¡Ya me imagino lo que habrás pasado entre esa caterva de criminales!

Fue tras un prolongado lapso, cargado de mutuas reminiscencias, de menudos secretos una vez compartidos, de comunes nostalgias inmarcesibles, que todo se asumió por parte de ambos. Luis comenzaba a ambientarse en aquel mundo cuyos giros perdiera durante tanto tiempo.

—El conflicto se agudizó en el cincuenta y siete —expuso el General—. Ya para mediados de la década del sesenta era imposible vivir en paz en estas tierras… Serrano juntó un puñado de campesinos, al principio. Se refugiaron en lo profundo de la jungla, ahí donde no pasa ningún tipo de rodado. No sé cómo se las habrá arreglado, posiblemente por el terror y el asesinato de los recalcitrantes; pero la guerrilla creció y creció… Incluso llegó a ponernos en apuros un par de veces —añadió.

—¿Al Ejército regular? ¡Me cuesta creer que…!

El furibundo índice del General hendió el aire, como espada cimbreante.

—¡Les facilitan armas! ¡Hay potencias del Norte que están de su lado!… Sin ir más lejos, el mes pasado confiscamos un contrabando de lasermashers que traía un transporte de Jutland City… No, te aseguro que no hay que subestimarlos, por desastrados que parezcan, o por estrafalarias que veamos sus ideas. ¡Son peligrosos de veras!

—Algo de eso percibí —asintió Luis.

—¡Lo cierto es que lograron dividir a este subcontinente en dos bandos opuestos…, como si hubiesen trazado una raya de tiza entre uno y otro!

Luis meneó la cabeza. Era duro aceptarlo, pensó.

—Dos bandos… ¿Y la gente de la calle, qué…?

—¡Nadie que tenga medio dedo de frente justificaría sus crímenes…, por mucho que se oculten detrás de esas arengas políticas suyas! —El General respiró profundamente, mordiéndose un labio—. ¡Las Fuerzas Armadas constituyen el último baluarte de la democracia, y eso te puedo asegurar que no lo ignora nadie!

El noble semblante había enrojecido. Aureolados por los cabellos grises, los ojos claros, transparentes aún, despedían brillos inspirados.

Luis dejó escapar un suspiro. ¡Se había perdido tanto!… La infancia, el desarrollo de su hijo. Pero, a cambio, pensó, ahora se le concedía disfrutar del esplendor de su magnífica madurez… Aquel paréntesis entre los bárbaros asesinos quedaba atrás, se dijo.

—Te admiro, Martín—musitó con fervor, colocándole las manos sobre los hombros.

—Cumplo con mi deber, eso es todo —repuso llanamente el militar—. ¡Volveremos a ser el gran país que una vez fuimos, papá! —añadió, emocionado—. ¡Ya lo verás!

La marmórea faz del anciano hijo se aproximó a la de Luis. Las manos, jaspeadas de isletas parduscas, oprimieron al juvenil padre con exaltada presión, y candentes fulgores brotaron de las pequeñas pupilas.

—Volveremos a ser Hombres, papá. —La voz se elevó, al influjo de su mismo sonido—. ¡Pero antes…

(…Y los ecos de las palabras finales del General se expandieron, monstruosos, hinchados y deformes…, hasta alcanzar las curvadas paredes del Universo…)

…hay que exterminar de raíz a toda esa chusma sediciosa!

Y Luis quiso gritar…, pero no pudo.

Este relato formó parte del libro “Llegar a Khordoora” (“Arca”, Montevideo, 1994), y digitalmente apareció en el Nº 27 de la revista “El Narratorio” (mayo de 2018) y en la página de CF hispanoamericana de Jorge Miño (30/4/16).

Foto: Pixabay

Carlos Federici

Carlos Federici

Montevideo, Uruguay, 1941.
Escritor profesional desde 1961. Publicaciones en revis­tas nacio­nales, americanas y europeas, desde la legendaria “Nueva Dimensión” hasta las más recientes “Próxima” y “Planetas Prohibidos”. Traducido a varias len­guas. Participé en antolo­gías internaciona­les, entre ellas “Lo Mejor de la Cien­cia Ficción Latinoamericana”, “The Penguin World Omnibus of Science Fic­tion”, “Tales from the Planet Earth” y “El Futuro es Ahora”. Tengo 12 libros publicados. También incursioné en la Historieta, como dibu­jan­te y guionista. Se me otorgaron diversos premios en certámenes nacionales e internacionales.