Por Sebastián Guerrero Miranda
Todo ocurrió sobre el poblado de Agua entre piedras, allí la gente era bastante hogareña, tanto que luego de las nueve de la noche era muy difícil ver personas en las plazas y parques, mucho menos vehículos en los caminos, los que aún eran de tierra. Si caminabas por sus calles podías quedar totalmente empolvado en caso de que un auto pasara a tu lado, pero si llegabas a alguna de sus plazoletas, encontrabas una sombra bajo la cual podías dormir tardes enteras. Recuerdo que pasé la mayor parte de mis veranos allí, mi infancia estuvo marcada por los juegos de tarde, los árboles, la tierra en la ropa y los paseos al rio Tilcoco, todo hasta no más allá de las nueve de la noche; aunque claro, eso suena normal para un niño pequeño, pero no para un adolescente. Aquel verano del 2001 cambió todo para mí, y todo lo que creí seguro y normal, ya no lo fue más.
Agua entre piedras otorgaba para sus visitantes lo mismo de siempre, pero el verano del 2001 prometía ser para mí uno de los mejores, toda vez que Susana también visitaría a sus familiares, al igual que yo a los míos, así que todo en orden, sería el verano de los sueños. Cuando llego a este punto de la historia me pregunto ¿Cómo un simple verano se tornaría en la historia más terrorífica que se contaría en el poblado hasta el día de hoy? Bueno, al menos entre todas las personas que conozco, ya que lo que les contaré quedó grabado a fuego entre los oriundos y sus visitantes.
Era de noche entonces, junto a Tomás, mi hermano menor de 7 años, desempacamos todos los bolsos que llevábamos, después de todo, eran los dos meses de verano completos, el río nos esperaba, los parques, las bicicletas, etc. ¡Y por cierto! Susana, que tenía quince, mientras yo tenía catorce. Nos esperaban también Mónica y Pedro, los amigos de siempre, así que quedamos de vernos todos al día siguiente. Eran ya las 21hrs. y como de costumbre era la hora de tomar once para luego ir a dormir a eso de las 22 hrs.
Al día siguiente estábamos todos allí, menos Tomás, mi tía quiso regalonearlo con dulces y claro está, se quedó. En fin, allí estábamos los más grandes, los que sin decirnos nada nos dimos un abrazo grupal y reventamos en risas por el solo hecho de vernos una vez más, nos habíamos prometido que el verano sería inimaginable, sobre todo porque en marzo entraríamos a la enseñanza media, y claro, la vida cambiaría. Lo que no sabíamos es que realmente el pueblo nos dejaría la huella imborrable de un verano distinto. De niños comprendimos que a las nueve terminaba el día, que debíamos volver, esto no era cuestionado, era ley, sobre todo porque había que comer, ducharse y dormir, siempre fue así, y de esta forma cada vecino tenía diferentes razones o excusas para volver a casa. Era impensado regresar más tarde, hasta que aquel tres de enero del 2001, primer día para bañarnos en el río Tilcoco, un hecho inesperado nos retrasó inevitablemente. Susana era perfecta nadadora, con Pedro nos gustaba mirarla, lo que siempre terminaba en un “cachamal” por parte de Mónica. Sin embargo, esta vez nuestro desgraciado acto terminó antes de eso, ya que las manos de Susana golpeaban fuerte en el agua y un grito suyo nos sacó de la explicación a Mónica sobre que estábamos mirando.
-¡Ayuda! – Gritaba Susana a todo pulmón mientras la veíamos atónitos desde la orilla, y al menos yo intentaba saber si se trataba de una broma.
-¡Cristian! – Proseguía Susana, ¡Dios…ese era yo!, ella no decía mi nombre si realmente no fuera necesario. Una vez más Susana exclamó desesperada – ¡No puedo nadar! – Gritaba mientras yo vivía mi confusión, entonces vi como Pedro nadaba a contracorriente para ayudarla.
-¡Idiota! – Grite – no a él, sino a mí, ¡¿cómo no corrí para ayudarla?! Sin duda quedé como un cobarde. Eso era a esas alturas lo menor, la cara de Mónica estaba desfigurada y pálida, como si supiera algo que nosotros no, como si hubiese advertido que a Susana algo no la dejaba salir del agua. Los minutos fueron como horas enteras, completas, y Mónica no soltaba palabra, ensimismada por el miedo. Desde la orilla veía como Pedro difícilmente alcanzó a Susana, forcejeaban contra algo, movían el agua, salpicando contra las rocas de la otra orilla, Susana trataba de zafarse de algo que yo no podía ver, pero al fin ayudados por la corriente pudieron volver. Una vez que llegaron, yo quería expresar de alguna forma mi vergüenza por no ir en su ayuda, pero no hilé palabra, era un momento desafortunado. Fue cuando sentí que venía mi extinción, Susana me miró fijamente y su boca comenzó a decir algo, lo que en principio no se entendía porque tiritaba, entonces le ofrecí mi toalla. Una vez repuesta Susana abrazó a Mónica, y dijo, ¿Qué hora es?… un silencio solo comparado con el del cementerio nos robó las palabras, de alguna forma sentíamos en el cuerpo que ese verano comenzaba de forma extraña.
-Son las nueve con cinco minutos – respondió Mónica.
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Yo estaba sin saber que le habría ocurrido a Susana, por su parte Pedro no quería decir nada al respecto y Mónica solo vigilaba que Susana estuviera bien, sin más y por la hora tomamos las bicicletas y pedaleamos tan fuerte como pudimos, solo se escuchaban las cadenas dando la vuelta a los piñones, tantas veces como nuestras piernas podrían lograrlo, nadie quedaba atrás, y el miedo que a esas alturas sentía no me dejaba ni pensar en cómo sería si uno de nosotros se cayera, ya que si bien no había nadie en las calles, si alguno de nosotros caía deberíamos parar y quedarnos aún más tiempo fuera. Miré mi reloj tan rápido como pude, nueve con quince, el silencio era mucho más incómodo, entonces grité.
-¡Susana! ¿Qué pasó en el río? – exclamé; lo único que obtuve fue su silencio y una mirada desaprobatoria de Mónica que me hizo volver la mirada hacia mis ruedas, pero yo no entendía, entonces volví a gritar.
-¡Pedro! ¿Alguna vez te han explicado porque hay que entrar antes de las nueve? ¡Porque a mí no! – Pedro solo me miró con cara de “mejor no preguntes”, y ante eso no dije nada, porque ya era suficiente información para mí, y además la casa de mi tía apareció a nuestra izquierda para mi salvación personal, fue entonces cuando frene y doble, los vi alejarse sin decir nada, pero yo ya estaba a salvo.
Entré a la casa, y mi tía Mirta estaba parada como una sombra en el pasillo, tal fue el susto que quedé pegado a la puerta con la espalda, según yo, a no más de unos 2 milímetros
-No hay once a esta hora, son las nueve y media, anda a acostarte – dijo mi tía con tono de enojo. La verdad yo nunca la había sentido tan extraña, tan distante.
Tomás estaba despierto y me preguntó cómo había estado el río, yo no quise contarle nada, él era muy chico para asustarlo con las historias de adolescentes y nuestras crisis o aventuras sin explicación.
-El padre Antonio de Guacarhue estuvo acá – dijo Tomás – se reunió con la tía Mirta en el comedor y yo escuché algo escondido en la cocina, el padre dijo que no era seguro aún… no sé qué, lo demás no lo entendí.
-Duérmete loquillo – le respondí tratando de sonreír – andas escuchando cuestiones tanto estar en el celular, ves, ya estas rallando la papa – le insistí sonriéndole.
-¡Es cierto! – Continuó Tomás – Así que no llegues tan tarde – me dijo mi hermano con tono de solicitud – recuerda que aquí es hasta las nueve, y yo prefiero no saber porque. Luego de eso se dio vuelta y durmió, como si solo hubiese estado esperando que volviera con vida. Yo también intenté dormir, aunque estuve pegado al techo como una hora. Dicen que al pueblo le pondrán Quinta de Tilcoco, que es lo mismo que decir Agua entre piedras, eso lo aprendí de chico en una de las primeras vacaciones, pero nunca le había dado mayor sentido a su nombre, más allá de saber que algunos ríos estaban cercanos a la casa de la tía Mirta, jamás pensé que su nombre también podía ser metafórico, ¿para qué cambiarlo si suena tan bien? Despues de tantas divagaciones el sueño me venció.
Al día siguiente las bicicletas se reunieron donde siempre, el río esperaba y nos saludamos tímidamente, emprendimos el rumbo en silencio y esta vez yo no quise preguntar nada, nadie se bañó ese día, solo miramos el agua entre la piedras, el rio era hermoso en ese entonces, la luz del sol se reflejaba fuerte entre los choques del agua contra las grandes rocas y resultaba un espectáculo atractivo, así solo dejábamos de observar esta escena para pasarnos fruta de mano en mano y no pasar hambre. Miré mi reloj de reojo, ya que quería evitar a toda costa que mi tía me dejara sin once esta vez, pero ante todo que algo fuera de lo normal ocurriera ante nuestras narices… Fue entonces cuando algo insólito ocurrió… Susana tapó mi reloj, yo estaba fascinado con que tomara mi brazo, pero no había un acto amoroso allí, ella miraba el rio en forma precisa y aguda, como si esperara algo, entonces sin mediar palabra me solté de su mano y vi en mi reloj que eran exactamente las nueve
-¡Vámonos! ¿Qué esperan? ¿Ahora ninguno habla? – les dije con fuerza
-Sí – respondió asertivamente Mónica – Ayer seguramente el padre estuvo en casa de tu tía, también estuvo en la mía, en la de Susana y la de Pedro, ¿sabes si dijo algo interesante?
-Bueno, Tomás me dijo algo sobre que algo“no era seguro”, pero no escuchó nada más – respondí.
-Cristian… – intervino Pedro – ayer me hiciste una pregunta y la verdad no sé porque debemos entrar a las casas a las nueve, pero si el padre recorrió las casas fue para decir que el rio no es seguro, que no nos deben dejar venir más, nunca más, quizá hoy sea el último día, es como una despedida de nuestra propia infancia.
Yo no entendía bien lo que mis amigos decían, pero no ir mas al rio era para mí una tragedia digna de lágrimas y rabia, fue entonces cuando Susana rompió el silencio para contar lo sucedido el día anterior.
-Siéntate Cristian – refirió Susana – quiero ver que me atacó ayer. Cuando estaba en el agua tomaron de mis piernas, como si me intentaran arrastrar al fondo, manos o tentáculos, como si en el agua habitara la maldad.
Miré mi reloj nuevamente, yo no lograba dar crédito a las palabras de la bella Susana, eran las nueve con diez minutos volví entonces a tomar mi lugar, por ella me quedaba sin más remedio, y sentí que ya no podía escapar de aquel ya terrorífico lugar, la orilla del rio, pero la confianza y lealtad también con mis amigos me hizo quedarme allí desafiando lo que fuera, era por Susana, era por ser todos amigos.
El tiempo corrió, cuando eran las nueve con cuarenta y cinco parecía que todos exhalábamos de temor a que algo se avecinara, ¿estaríamos cerca de saber porque el padre visitó las casas? ¿Tendría relación el rio y la situación de Susana con la hora de entrada por las tardes? ¿Tenía sentido estar allí? Lo único certero era que la noche había llegado, y que nunca en ningún verano había violado la regla principal para visitar a la tía Mirta. Ahora bien, lo realmente importante en ese momento era que ninguno de nosotros sabía si volvería aquella noche a su hogar. Pasaron los minutos, ya para cuando creíamos que todo podría haber sido un mal entendimiento de nuestra parte, ante nosotros el río nos dejó atónitos… el rio estaba cambiando de forma, cambiando ante nosotros. Primero, comenzó a perder agua, hasta que finos hilos corrían entre las pequeñas piedras del fondo, “Agua entre piedras” dijimos todos a coro y muy débilmente para que nada advirtiera nuestra presencia: el agua corría lentamente al borde de secar el río, era terrorífico, y de pronto se detuvo; como si estuviésemos ante un cuadro excelentemente pintado a pincel, nada se movía, y ese fue el bendito momento, el maldito momento en que se nos ocurrió la peor idea posible, bajar para mirar de cerca. ¡Era espantosamente hermoso! tomamos el agua en nuestras manos, como si fuera gelatina, era como estar dentro de una fotografía, era una locura, era el acto de un dios caprichoso que rompía las reglas de la naturaleza. Entonces en medio de aquella vorágine, solo en aquel momento el paisaje volvió a cambiar de comportamiento, sin poder dar juicio, vimos como el agua comenzó a correr en el sentido contrario, devolviéndose a sus anteriores cauces, hilo tras hilo de agua, como si hubiese quedado en deuda y se devolviera a pagar por ello. Cada vez más rápido, el agua pasaba a nuestro lado, por debajo de nuestros zapatos. Nos miramos y supimos que había que salir de allí, ¡corrimos! y parecía que el ancho del rio fuera más extenso, la oscuridad más oscura, el miedo más frío, y de pronto… sonidos… sonidos como chirridos, como voces diminutas entremezcladas, la noche nos corría por la espalda y por la venas como el temor más helado, nos tomamos de las manos porque supimos que estábamos en peligro, y entonces los sonidos se sintieron más cerca, y más cerca, hasta que el agua se detuvo una vez más, e inmediatamente volvió a su dirección natural, aumentando el cauce, como su hubiese ido por algo y volviera deseosa por llevarse todo cuanto pudiera, ¡ya nos llegaba a las rodillas! ¡Y entre llantos tratábamos de escapar del negro manto líquido! Los chirridos se transformaron en piedras que se rompían, luego en una especie de caminata, ¡patas! ¡Eran patas! Cientos de ellas que rompían estruendosamente las rocas. Cuando ya casi salíamos del rio los vimos… inmensos, negros, tomaban agua a su paso, con patas entre tentáculos, como demonios acuáticos, decenas de ellos caminaban con sus cuerpos sobre el agua, con sus ojos rojos, furibundos, con bramidos que resonaron en mi cabeza. Susana me miraba con espanto y me abrazaba, yo la abracé tanto como correr me lo permitía. ¡Corrimos! mientras en la orilla tres ojos rojos nos vigilaban al escapar, vimos como luego se alejaron con sus patas y sus bramidos.
Todo habría cobrado sentido, habíamos resuelto el enigma de nuestra infancia, el rio era habitado por seres monstruosos, sus aguas escondían secretos que todavía ignorábamos, casi habíamos muerto esa noche, porque algo habitaba en el agua entre las piedras.
Foto: Imagen de Free-Photos en Pixabay
Sebastián Guerrero Miranda
Chileno. De profesión psicólogo, actualmente trabajo en el área de educación, donde desarrollo acciones psicosociales con alumnos de enseñanza media. Escribo desde hace unos tres años de manera formal, y desde entonces he participado en actividades literarias, así como organizar más de alguna. Actualmente he orientado mi trabajo a los escritos de ficción, fantasía, corte psicológico y suspenso.
Mi primera publicación lleva por nombre “David y los cinco espíritus”, una novela corta de fantasía, ambientada en Chile, y que rescata mitos y leyendas de la Isla grande de Chiloé, con una mirada actual, otorgando nuevos poderes mágicos y fantásticos a los personajes. Esta obra ha sido editada desde dos editoriales, una local y la segunda en España.
Hace muy poco soy miembro de la Asociación de literatura de ciencia ficción y fantástica de Chile, Alciff, y continúo participando activamente en diversas actividades relacionadas al mundo literario, como fue apoyar la organización de la Final Regional del Concurso El Placer de Oír Leer en mi localidad. Cabe destacar que mi afición a las letras viene de hace mucho más tiempo, habiendo participado del 1er concurso de guiones para cortometraje de la Universidad UNIACC el año 2007.
Hoy participo de un taller literario de una comuna cercana y busco espacios en los cuales mostrar mi trabajo, ya sea de forma física, como Online.
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