Por Víctor M. Valenzuela Real
Una mujer madura pero muy atractiva, a pesar de los años, está sentada sola en un viejo café que narra multitud de historias pasadas en cada pequeño detalle. Mesas blancas de mármol por las que han pasado amores, odios, alegrías y traiciones. Espejos que han reflejado semblantes que han ido marchitándose con el paso de los años. Maderas nobles talladas por un olvidado artesano donde infinidad de manos al posarse han sentido el sensual toque de la superficie pulida bajo incontables capas de barniz.
Permanece ajena al bullicio del local, concentrada en un libro de aspecto antiguo posado ante ella. Una taza de café ya frio y un pedazo de tarta de tiramisú comparten la mesa. En ocasiones pasa una página, despacio casi con reverencia, luego desvía la mirada del gastado tomo fijándose en el enorme reloj de la pared. Es un antiguo ingenio de bronce que recuerda las estaciones de tren de la época victoriana. Le gusta pensar que la maquinaria es autentica, aunque sabe que las entrañas del vetusto reloj han sido substituidas varias veces a lo largo de la existencia del antiguo café. Al ver la hora su rostro se ilumina como si todo su ser se desprendiese repentinamente de años biológicos, recuerdos atormentados y conocimientos turbadores.
Un hombre también maduro entra puntualmente, como casi todos los días, dirigiéndose a la barra. Es alto y anda con paso firme, parece más joven al vestirse con ropas intemporales. Saluda al camarero que le sirve un café humeante en una pequeña taza de porcelana blanca. Toma un sorbo y de alguna manera que no consigue comprender su vista es atraída irremediablemente hacia los ojos de la mujer. Son grandes, de color negro intenso, profundos e inquisitivos. De forma instintiva, sabe que es la mirada que ha estado buscando sin éxito en todas las mujeres que ha conocido a lo largo de su tumultuosa vida. Le atrapan como el pozo de gravedad de un gigante gaseoso captura un cometa errante. Inmediatamente su mirada se desvía hacia el libro y finalmente se posa en el pedazo de tarta. Su mente se congela súbitamente, el tiempo se paraliza como al borde de un horizonte de sucesos, posteriormente se acelera y rebota haciendo que su mundo explote como una supernova.
Miles de recuerdos empiezan a aflorar a su mente, nunca estuvieron allí, pero son suyos. Habilidades ignoradas florecen y encajan como piezas de un intrincado rompecabezas. Mirian le lanza una sonrisa cómplice desde la mesa mientras dirige la operación con delicadeza y precisión como un artista culminando una obra hace años iniciada. Álvaro se dirige tambaleante hacia ella que se levanta saltando ágilmente a sus brazos abiertos, cuando sus labios finalmente se encuentran virus transgénicos pasan de ella a su organismo y empiezan lenta y concienzudamente a remapear secuencias de ADN.
—He tardado treinta años locales en encontrarte —suspira ella a su oído.
—Todo seria mucho más fácil si yo no me olvidara de todo en cada transición.
—La tecnología del impulso quántico solo tiene la capacidad de transmitir una personalidad activa y otra pasiva con una secuencia de activación visual concreta.
—Una mirada, un libro y un trozo de tarta… —murmura él después de rebuscar entre sus nuevos recuerdos —. Eres una romántica incorregible.
—Fue la primera vez que me dijiste que me amabas —susurra abrazándole aún más fuerte.
—¿Cuánto tiempo ha pasado de eso? —pregunta Álvaro sin estar seguro de querer saber la respuesta.
—Quinientos veinticinco años subjetivos y 9 transiciones.
—¿Crees que en este hilo del multiverso nos escucharan?
—No, en este no lo harán. Se extinguirán irremediablemente, el ecosistema está al borde del colapso y no hacen absolutamente nada por impedirlo. Son tan estúpidos que le han puesto precio a la vida. Hace tiempo que he abandonado, solo te he estado buscando —dice ella con una mezcla de resignación y rabia.
—Lo has tenido que hacer sola esta vez, no he podido ayudarte —comenta él apenado.
—Normalmente el impulso quántico cristaliza en la mente del hospedero, luego solo tengo que encontrarte, realizar tu secuencia de activación y trasferir tus recuerdos. Sembramos las simientes memeticas de conservación de la biosfera. Creamos los virus que rediseñan nuestros cuerpos y nos traspasamos a otro plano de realidad. En este continuo no conseguía encontrarte y tuve que rastrearte durante años.
—Pero aquí algo ha fallado.
—Esta es la más estúpida de las realidades que hemos visitado, están solo un poco por encima del nivel empático mínimo necesario para que una civilización prospere. Eso ha alterado el equilibrio de la espuma quántica y ha desviado nuestros cálculos —recita ella, como si llevara largo tiempo esperando la pregunta.
—¿De verdad no podemos hacer nada?
—Llevo décadas intentándolo, he sembrado conciencias por todo el planeta. He estado detrás de todos los movimientos, de todas y cada una de las reivindicaciones a favor del medio ambiente. He llegado a salir de las sombras e involucrarme activamente, cosa que jamás hicimos en ninguna otra instancia humana. No ha servido de nada, los gobernantes hacen oídos sordos, la población es en su mayor parte indiferente y los poderes económicos gastan fortunas en desviar la atención en campañas de marketing cuidadosamente diseñadas.
—Pero desaparecerán en este plano y eso reverberará por el entramado del espacio tiempo, la distorsión será terrible —comenta Álvaro después de una larga pausa, un musculo palpita en su mandíbula y una lágrima surca su mejilla.
—Yo ya no tengo lágrimas, estoy agotada —murmura ella con pena —. Nos vamos.
En una mesa próxima, una mujer observa a la pareja besarse apasionadamente haciendo que su mente oscile entre la ternura y la opinión de que la gente mayor ya no debería besarse así. Luego ve con asombro como los dos se desploman sobre el pulido suelo del viejo café. Al día siguiente el periódico local publica una escueta nota en la que informa que dos personas han tenido un ataque simultáneo al corazón y han muerto mientras se besaban. En otra página informan que la corriente del golfo se ha desviado tres grados, pero garantizan que no va a tener consecuencias en el clima.
Foto: Pixabay
Víctor M. Valenzuela Real
Ingeniero de software dedicado al desarrollo y las nuevas tecnologías, firme defensor de la libertad de las ideas y la información, lector asiduo de ciencia ficción y partidario de la protección del medio ambiente y de las energías limpias. Algunas de sus publicaciones se las pueden leer en: http://www.tercerafundacion.net/biblioteca/ver/persona/28267 Novelas: Los últimos libres y La Guerra de los imperfectos. Colección de relatos Crónicas de la distopía en solitario y Quasar VV.AA con la editorial Nowevolution (http://www.nowevolution.net/). En 2018 se publica Herederos de la Singularidad en editorial Nowevolution y Evolución Dispersa en editorial Apache Libros. Varios relatos regados por el ciberespacio: Revistas: Exégesis, NM, SciFdi, Cosmocápsula, Fantasía y mundo, Alfa Eridiani, miNatura.
Más historias
CRONISTAS ÓMICRON: Plan perfecto
OMICRON CHRONICLES: Dancing with the Indians
CRONISTAS ÓMICRON: Cómo el último verano (El drama apocalíptico de una Tierra alternativa)
CRONISTAS ÓMICRON: Visiones en conjunto
CRONISTAS ÓMICRON: Un día más en el paraíso
CRONISTAS ÓMICRON: Mi mejor amigo