Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: La leyenda del Origen de la vida

En Cronistas ómicron, Alexis Lozano nos trae su relato “La leyenda del origen de la vida”

Alexis Lozano Tapia

En el principio de los tiempos, en el universo solo coexistían el emblemático Sol y la temida Oscuridad quienes habían sido enemigos desde tiempos remotos. Bajos sus pies, yacía una tierra seca y árida. La vida en ella era imposible.

El Sol, ahogado en su soledad, derramó una lágrima que cayó desde los grises cielos hasta la desértica superficie; de la lágrima germinó una flor que creció paulatinamente entre rocas y bajo el abrazador calor del fuego que inundaba la tierra. Cuando llego la hora, del capullo de la flor emergieron tres hadas que emprendieron el vuelo sobre un mundo muerto. Al ver la miseria, la primera de las hadas batió con fuerza sus alas creando así los cuatro vientos que se dispersaron en todas direcciones de la Tierra; la segunda de las hadas se elevó con fuerza, y de sus lágrimas que cayeron sobre los ríos de fuego se formaron las primeras aguas de los mares, océanos y tormentosos ríos; la última de las hadas, cuyos ojos verdes vieron nacer a la tierra, exhaló su último aliento para darle vida a toda clase de criaturas y seres mágicos que comenzaron a habitar la Tierra que había sido creada para ellos. El Sol se alzó en lo alto, solo mirando la obra que había creado su dolor mientras el pueblo crecía de forma agigantada mientras era observado desde el rincón más lóbrego por la Oscuridad, viciosa de lo que su enemigo había hecho.   

La nueva Tierra se formó inicialmente de cuatro tribus épicas, de los primeros seres que habitaron el planeta. La primera: la Tribu de los Tritones de los Mares y Océanos; la segunda: la Tribu Perdida de las Arpías; la tercera: de las montañas gélidas del norte, la Tribu de los Protectores; y la última: la Tribu de los Dinosaurios.   

Durante siglos, las cuatro tribus se enfrentaron en numerosas guerras para disputarse el control y obtener el poder. Guiados por la ambición, cada tribu envió a su mejor guerrero al épico combate final por la disputa de la victoria, pero nadie cedió un paso atrás. Solo había quedado la miseria y la muerte de miles durante los siglos que se enfrentaron por un lugar en Aztlán, la tierra sagrada.  

Agobiados por el desastre que había ocasionado la guerra, las cuatro tribus se reunieron en el corazón de la Ciudad para entablar el diálogo y llegar a un acuerdo que beneficiara los intereses de cada uno y promulgar la paz. Tres de las Tribus estaban de acuerdo en preservar la armonía como un legado del Sol, pero una de las Tribus no. La Tribu de los Dinosaurios se negaron ya que argumentaban ser descendientes directos del Creador, y es por ello que eran los más fuertes, poseedores de las bestias más salvajes y poderosas de la Tierra y de Aztlán, andaban en monstruos con alas que dominaban los cielos, gigantes bestias de enormes colmillos, sedientos y voraces que andaban en la tierra y animales que vivían en las aguas en los océanos. Dominaban cada rincón del planeta y debían ser ellos los únicos gobernantes y para serlo, asesinarían a quien fuera para imponerse en el alto escaño del sistema.  

Una terrible guerra se desató cuando la Tribu de los Dinosaurios atacó con brutalidad a Aztlán y secuestró a toda clase de seres mágicos para obtener su poder a su favor. Siendo los más poderosos, avanzaron por cada reino hasta someterlo, sin piedad ni misericordia. No estaba en la naturaleza de un tribal de la orden de los Dinosaurios otorgar el perdón.  

En su desesperación, las tres tribus restantes se reunieron de emergencia en las altas montañas gélidas del norte, donde habitaban los Protectores, los seres más simples y pacíficos de todos los Reinos, para buscar la manera de frenar la guerra antes de que la muerte consumiera la tierra que había sido otorgada como un regalo  del Sol. Pero, no había otra solución más que enfrentar y morir, hasta que la última gota de sangre cayera y el último guerrero quedara de pie.  

—Perdón, es culpa de nuestra ambición y hambre de poder lo que nos ha llevado a consumirnos entre nosotros mismos —dijo un hombre de edad avanzada, en una de las asambleas exasperadas de la Tribus.  

Se posó frente al muro que tenía frente a él y extendió las manos al aire y gritó, enérgico: 

—Señor Sol, danos la fuerza para combatir, la inteligencia para remediar el daño que hemos hecho, y el perdón para poder sanar nuestras heridas.  

Llegó el silencio. Nada ocurrió. El público se bufó de las palabras del anciano mientras este continuo de pie, con los ojos cerrados, mirando el cielo.  

En realidad, aquel hombre ya no estaba en ese lugar, su espíritu se encontraba viajando a través del espacio.

Cuando su alma se liberó, la voz grave proveniente de las estrellas despertó sus sentidos. Se trataba del Dios Serpiente que estaba cubierto de hermosas plumas verdosas en el cuerpo, y una gigante cabeza cubierta de tupidas plumas color azul celeste brillante. Su potente voz grave resonaba en cada rincón de las estrellas más lejanas; era tan largo, que no se le podía ver el final de la cola; sus ojos parecían dos diamantes luminosos en los que no se veía ningún reflejo, eran hermosos, infinitos.  

—Sé a qué has venido —dijo el Dios Serpiente, angustiado—, pero nada puede salvarlos de la extinción. Es el fin de los ciclos. Una nueva era está por comenzar.  

—No he venido a pedirte una oportunidad para ellos —contestó el anciano— cuando esto termine uno subirá al poder de inmediato y se repetirá una vez más la historia. La misma agotadora rutina de siempre.  

El Dios Serpiente se quedó en silencio, escuchando con atención las palabras del anciano. Y luego dijo, burlón: 

—Entonces, ¿Qué te ha traído hasta aquí?  

—Hay un fragmento legendario. Forma parte de los siete pilares que mantienen el orden de un todo, ¿no es así? —exclamo el hombre, intrigado.  

El Dios Serpiente se detuvo a pensar. Desde luego que sabía la dirección que la conversación estaba tomando. Hablar sobre los pilares del Universo no era una simple coincidencia, y mucho menos lo que sucedía en la Tierra.  

—Es verdad. En el comienzo de los tiempos, cuando solo existía el Sol y la Oscuridad, y la enemistad entre ambos, cada uno busco la manera de ganarle al otro. Por un lado, el Sol con la Tierra, y la Oscuridad intentado destruir la creación.

—Al principio de la conversación me has preguntado: ¿a qué he venido? Mi respuesta es simple, Señor Serpiente —interrumpió drásticamente el longevo hombre, casi con desesperación—, necesito el fragmento del pilar Spatium para llevarla a la Tierra y acabar con la guerra.  

El Dios Serpiente no pudo contener la risa ante tal comentario. Sabía que era una locura entregar fragmentó legendario a un simple mortal, y a su vez conceder el poder que de ella emana.  

—No puedo traerla para ti. Es una locura de un mortal. Desencadenarías una nueva guerra cuando sepan que posees un fragmento legendario, de unos de los pialares del Universo — expresó el Dios, casi de inmediato de escuchar la petición.  

—Es que no quiero poseerla eternamente. Solo la utilizaré contra la Tribu enemiga —expresó con amabilidad el anciano.  

—Estoy en el Cielo —dijo el Dios Serpiente— pero también quiero estar en la Tierra. Tendrás el fragmento, pero debo advertir que surgirá una maldición en cuanto tus manos toquen su poder. Es el precio.  

En ese momento, el Dios Serpiente perdió su forma voluminosa y se desintegró en miles de estrellas que se agruparon en forma de hombre. Su cuerpo estaba cubierto por escamas color jade y las plumas que cubrían su cabeza eran más bellas de cerca; tenía ojos similares a los seres que habitaban en Aztlán y resto de los reinos, aunque su color era de un azul infinito.  

Se han puesto frente a frente. Estrecharon la mano con energía y el Dios Serpiente se alejó sin mirar atrás, entre el polvo de estrellas que había dejado su trasformación.     

Enseguida se sintió una fuerte sacudida y cuando abrió los ojos, el pobre viejo estaba en el suelo, atendido por un par de gentes que esperaban una reacción de él. Con esfuerzo se puso de pie, apoyado por uno de los Jefes Supremos. Se aferró a su centro, y en segundos, pudo sentir una textura fría en su mano derecha; miró con atención de que se trataba y ahí estaba un fragmento de uno de los pilares del universo, del tamaño de su extremidad, en color verde esmeralda.  

—Señores —ha dicho—, conozco la forma para acabar con la guerra y al mismo tiempo derrotar a la Tribu de los Dinosaurios.  

Media asamblea se echó a reír ante el disparate del hombre.

El anciano había logrado convencer a los tres Jefes Supremos para unirse en un plan de emergencia que garantizara la rendición de la Tribu enemiga, más no su exterminio como todos pedían, y que la justicia llegara para todos aquellos que habían perecido en la sangrienta guerra. 

Y como era de esperarse, se armó un pequeño contingente de valientes guerreros que fueron guiados por tres soldados —uno por cada tribu— y se agruparon para sorprender a la Tribu enemiga en su paso por las montañas del sur, cerca del Cañón de los Demonios del Bajío.  

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Era una tarde como cualquiera otra. El ejército de la Tribu de los Dinosaurios estaba cerca de alcanzar el séptimo de los reinos y dominar el mundo. Iban con sus bestias, voraces y sedientas de sangre, guiadas por sus amos.

El sol caía y el cielo se tiñó de rojo cuando fueron sorprendidos en el campo abierto por la Legión de Ángeles —así se le denominó al grupo de guerreros que se ofrecieron para ir al combate contra la Tribu enemiga— se desencadenó una batalla brutal entre ambos bandos donde la sangre corría en pequeños ríos rojizos y los cuerpos caían tendidos en el abandono. 

El principal objetivo de la emboscada era capturar al Jefe Supremo Khozar Aleef quien daba la orden a las feroces bestias que le seguían; sin embargo, al ser una criatura con una fuerza asombrosa, no había soldado que pudiera hacerle frente a su poder. Los tres guerreros enviados por las Tribus habían caído, uno a uno, asesinados sin piedad.  

Sus almas fueron recogidas desde la Tierra, y por su valentía y sacrificio, el Dios Sol las transformó en estrellas brillantes, siempre alineadas. Tres estrellas en el oscuro cielo, cada noche, siguiéndose una a otra.  

—Las Tribus hermanas han caído —dijo Khozar Aleef alzando su maza al aire en señal de victoria—, mis hermanos no comprenden todavía que es necesario limpiar al mundo de las almas impuras que son responsables del inminente caos que he visto en mis pesadillas —exclamó lleno de rabia en sus palabras.  

Khozar Aleef ofreció perdón a los caídos y ordenó a sus tropas dar sepultura digna a los seres que murieron defendiendo una causa perdida; sin embargo, para antes de que la primera estrella iluminara el cielo apareció el anciano hombre en el campo de batalla, apoyado en su bastón. Caminaba con pesadez y cansancio pues el precio por portar un fragmento un pilar del Universo le había valido entregar su alma al Dios Serpiente para el reino de los espíritus, y su cuerpo para el mundo de los mortales.  

Khozar Aleef se echó a reír cuando vio al longevo aparecer entre los muertos. El resto de su tropa le siguió con las risas y burlas en contra del hombre que tenía el rostro lleno de arrugas y los ojos cansados; su cabellera blanca como la nieve de las montañas jugaba con el ritmo del viento. Se aproximó a escasos metros de distancia del Jefe Supremo y suplicó su rendición antes de que sufriera una tormentosa derrota. 

Cansado del atrevimiento, Khozar Aleef sujetó con fuerza su maza y la lanzó con energía al viejo que masajeaba con gracia su pecho. Debajo de sus prendas se encontraba el collar que portaba el fragmento La maza de Khozar salió desprendida al aire, como si un campo de fuerza estuviera protegiendo al hombre quien solo escuchaba en silencio los susurros de la tropa todavía viva

 —Yo —dijo el anciano—, Azeem Sewell condeno a tus bestias a vivir a solas en un mundo donde su extinción será el precio por las muertes que trajeron a la Tierra Sagrada de Aztlán.  

Empuñó el fragmento con su extremidad derecha. El cielo oscuro de la noche se abrió, las estrellas habían desaparecido y en su lugar un agujero luminoso comenzó a tragarse todo a su paso; las gigantes bestias de la tierra, el aire y del agua eran arrastradas hacia la boca del vórtice. Los fuertes vientos remolcaron el polvo y centenas de los soldados del ejército de la Tribu de los Dinosaurios desaparecieron en el cielo. Khozar Aleef vio en segundos como su imperio se caía en pedazos por obra de un simple anciano, y su sangre manchaba la hierba verde bajo sus pies.  

La tierra se sacudió. El cielo rugió con feroces relámpagos que inundaron la superficie de fuego. El Dios Serpiente no se había equivocado en temer del poder de un fragmento de los pilares del universo. 

La guerra entre las Tribus terminó. Se ha llevado ante la justicia a Khozar Aleef, en una Junta que se instauró en la Ciudad de Aztlán que juzgaría sus crímenes. Su alma fue condenada a pasar la eternidad en la Poza de las Almas que no tienen descanso, mientras que su cuerpo se mantendría resguardado en un cubo donde dormiría hasta que las heridas de Aztlán sanaran.  

No pidió perdón por sus crímenes antes de ser sentenciado. Insistía en limpiar al mundo y establecer el nuevo orden antes de la era del exterminio que, según él, llegaría muy pronto.  

—No soy el mal que habita en el mundo —dijo él.  

Su cuerpo se desvaneció frente a los miembros de la Junta. Las esposas sujetaban con fuerza sus extremidades mientras la sangre manaba en charcos.  

El silencio inundó la sala.  

     Su cuerpo cayo en el suelo, tendido, mientras una mujer se aproximó hasta él con un pequeño recipiente entre sus manos para extraer el último aliento del Jefe Supremo. 

—Y… Las bestias de la Tribu, los dinosaurios… ¿A dónde pudieron ser enviados? —Ha preguntado un hombre de mediana estatura y cubierto con una capucha.  

—A una tierra lejana. Una donde podrán vivir sin lastimar a nadie hasta que llegue su era de extinción por servir al mal —ha contestado un anciano miembro de la Junta—, tal vez ahí.  

En ese momento, se corría el rumor de la existencia de otra Tierra, o tal vez se encontraba en el mismo espacio, donde habitaban extraños seres diferentes a los seres místicos de Aztlán, que eran destructivos y salvajes, que también fueron creados por El Hada de la vida, pero hasta ese momento, solo era una mítica leyenda.

FOTO: PIXABAY

Alexis Lozano Tapia

Nacionalidad: mexicana. Nació el 9 de agosto de 1994. Actualmente reside en El Arenal, Hidalgo. Es estudiante de la Licenciatura en Derecho en el Centro Hidalguense de Estudios Superiores. Es escritor y compositor, ganador del concurso Estatal “Hidalgo en Tintas” 2019. Orador, ganador del concurso estatal de oratoria “México Tiene la Palabra” 2020, y representante del Estado de Hidalgo en el Concurso Nacional de Oratoria “Tlaxcala 2020”.  Ganador del Concurso estatal de Debate Político 2020, por el Instituto Hidalguense de la Juventud. Cuenta con una novela publicada llamada “DIFERENTE” y una serie de cuentos que han sido galardonados en varios concursos estatales y nacionales.