Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Desdebridores

En Cronistas Ómicron, Dan Zamora nos comparte su relato “ Desdebridores”.

Dan Zamora

Revisaba la caja de filtros, pasando los paquetes abiertos con los dedos, intentando buscar alguno cerrado, alguno que no haya usado todavía. Suspiró. No había ninguno.

Se estiró desde su asiento, hasta el botón del intercomunicador. Revisó que la luz esté azul y lo presionó. Luego de unos segundos se puso verde.

—Lupino, me quedé sin filtros, ¿me podés mandar uno?

Esperó un momento, escuchó un chasquido del otro lado del intercomunicador.

—Tarde, hermano, yo tampoco tengo, ¿cómo estás de oxígeno?

Revisó su pantalla. Tenía un tanque sin usar, le alcanzaba para el reingreso sin problemas. El filtro que acababa de poner duraba unas ocho horas, pero si fumaba, como tenía intenciones de hacer enseguida, le duraría menos. Miró su reloj, el reingreso era en unas siete horas, un poco menos tal vez. Podría fumar un cigarrillo. Tal vez dos, con suerte.

—Estoy bien de oxígeno —respondió, porque la luz seguía en verde.

—Estate atento, porque en un rato llega un grupo grande —La luz se puso en azul de nuevo.

Dejó que el cinturón lo atraiga al respaldo de nuevo. Sacó el paquete de cigarrillos del bolsillo de su camisa, lo observó un momento. Miró por la ventana, el cielo se veía claro debajo de él. Volvió a la mirada al paquete y sacó uno, tenía tiempo para por lo menos uno. Sacó su encendedor y vio la ínfima llama, casi esférica, lo encendió rápidamente y soltó una gran bocanada de humo que cubrió su campo de visión por un momento, hasta que el filtro se activó y comenzó a circular un poco el aire. Fumó tranquilo por un momento, y vio una pequeña luz a la distancia.

—¡Mierda! —exclamó y comenzó a apretar botones en su pantalla.

Una luz blanca se encendió sobre la luz azul, titilando furiosamente. Presionó el botón, la luz se puso verde, y escuchó los gritos del otro lado del comunicador

—¡Caraver! ¡El radar! ¡Necesito que me dictes los COSPAR urgente!

—¡Sí! —exclamó con el cigarrillo en la boca.

Sacudió la mano frente a su rostro, intentando disipar el humo, y comenzó con su tarea. Los satélites aparecían sobre el horizonte uno tras otro, y eran… muchos.

—Son… —dijo, sin poder creerlo—, ¡¿cuántos son?!

—¡No sé cuántos serán, es una constelación, hacé lo que te toca y dejá de perder tiempo!

Hizo lo que le habían instruido, y lo que había practicado tantas veces. Sus pantallas estaban sincronizadas, veían lo mismo, por lo que él le enviaba las lecturas y Lupino sabía exactamente a dónde disparar.

Seleccionó el primero, que todavía estaba a una distancia considerable, pero detrás venían por lo menos treinta más, a intervalos irregulares. Tener el sol de espaldas era una ventaja ese día. Identificó el primero, y comenzó a dictar los números.

—2020-001AJ… 2020-006T… 2020-001P… 2020-006J…

Con cada número identificatorio, la computadora hacía los cálculos necesarios y, cuando entregaba los resultados, su compañero dirigía su cañón y disparaba un proyectil adhesivo, con la suficiente fuerza para desviar ligeramente al satélite de la órbita que llevaba y colocarlo en posición de reingreso, para que se cocine lentamente en la atmósfera al entrar.

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Después de dictar más de veinte códigos se dio cuenta de algo.

—¿2020? —preguntó—, ¿llevan más de setenta años aquí arriba?

Lupino tardó un poco en responder, mientras seguía con lo suyo.

—Tú lo dijiste… —terminó por decir, totalmente concentrado.

El cigarrillo se había consumido en su boca, y la ceniza flotaba a su alrededor, tarde o temprano el filtro la agarraría, o terminaría por adherirse a algo. Colocó la colilla dentro de la ranura de los desechos y la cerró. Siguió con lo suyo. Luego de una hora, y de muchos números dictados y proyectiles disparados, la fila de satélites se acabó. Se les habían pasado varios, pero nada de qué preocuparse, habían bajado por lo menos el 85%.

Se soltó el cinturón y se permitió flotar un momento, oyó el sonido de un encendedor del otro lado del intercomunicador y sonrió. De inmediato sacó otro cigarrillo y lo encendió.

—Eh Caraver, si no tenés filtros no deberías estar fumando —dijo su compañero, sonando un poco molesto.

—No pasa nada, estoy bien de oxígeno.

Inhaló de nuevo y soltó el humo, y la ventana se nubló de nuevo, pero el filtro ya había arrancado y el aire se despejaba más rápido.

—¿Habías dicho que era una constelación? Es la primera vez que nos tocó limpiar tantos…

—Sí, son viejos, eran satélites de internet…

—¿De internet?

—Sí, sí, totalmente obsoletos, como te imaginas… Con el chico que estaba antes que vos nos tocó limpiar varias de estas constelaciones. Son un dolor en el culo porque una vez que empiezan a llegar, no se terminan más…

—Pero si eran de internet… seguramente había otros fines detrás… Nadie pone tantos satélites en órbita para tener internet…

—Las cosas se hacían distinto antes, si supieras todo lo que bajé de órbita en los años que llevo subiendo…

Observó hacia abajo, una gran parte del continente estaba cubierta por nubes, pero la costa estaba despejada. Estaba apagando su cigarrillo cuando oyó un chasquido por el intercomunicador.

—Ay no… —Escuchó del otro lado—, ahí llegan más…

Miró por la ventana, pero la cabina giró para ubicarse en la nueva posición, ahora venían desde atrás. 

—¡Estamos a contraluz! ¡No los dejes pasar!

—¡En eso estoy! —exclamó mientras se ponía el cinturón de nuevo.

Comenzaron de nuevo, uno dictando códigos, el otro disparando. Limpiando, como tiene que ser, después de tirar basura.

Debajo de ellos, asomando por una ventana, una niña mira al cielo, mientras cae el atardecer. Una luz aparece sobre el horizonte, y se estira lentamente a lo largo del cielo. Y después otra, y después otra.

—¡Mamá! —grita, y señala al cielo— ¡El papá está trabajando!

La mujer se acerca por detrás de ella y mira hacia arriba.

—Sí, mi amor, mañana baja y se queda una semana antes de subir de nuevo…

La niña mira el cielo, con emoción en los ojos, y sonríe. Llegaría el día en el que su padre no tendría que subir de nuevo. Llegaría el día en el que no vería caer más basura del cielo. Llegaría el día en el que tendrá que mirar las estrellas por horas y horas, hasta cruzarse con una fugaz. Sonríe. No veía la hora de ver una estrella fugaz.

FOTO: Imagen de WikiImages en Pixabay 

Dan Zamora

Nacido en Argentina en 1994, Dan Zamora es un hombre trans, escritor aficionado y traductor inglés-español. Actualmente es presidente de la asociación civil, Ayelén Biblioteca Popular de Cultura LGBT+, donde también desempeña su trabajo allí como bibliotecario.